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A mi madre, Manuel Gutiérrez Nájera

Manuel Gutiérrez Nájera




A MI MADRE


¡Madre, madre, si supieras 
cuántas sombras de tristeza 
                                   tengo aquí! 
Si me oyeras y si vieras 
esta lucha que ya empieza 
                                  para mí.


Tú me has dicho que al que llora 
Dios más ama; que es sublime 
                                    consolar:
ven entonces, madre, y ora; 
si la fe siempre redime, 
                                    ven a orar.


De tus hijos el que menos 
tu cariño merecía 
                                   soy quizás; 
pero al ver cual sufro y peno
has de amarme, madre mía, 
                                    mucho más.


¡Te amo tanto! Con tus manos 
quiero a veces estas sienes 
                                      apretar!


Ya no quiero sueños vanos: 
ven, oh madre, que si vienes 
                                   vuelvo a amar.


Sólo, madre, tu cariño, 
nunca, nunca, se ha apagado 
                                    para mí. 
Yo te amaba desde niño; 
hoy… la vida he conservado 
                                 para ti. 


Muchas veces, cuando alguna 
pena oculta me devora 
                                   sin piedad, 
yo me acuerdo de la cuna 
que meciste en la aurora 
                                  de mi edad.


Cuando vuelvo silencioso
inclinado bajo el peso 
                                    de mi cruz,
tú me ves, me das un beso 
y en mi pecho tenebroso 
                                   brota luz.


Ya no quiero los honores; 
quiero sólo estar en calma 
                                 donde estás; 
sólo busco tus amores; 
quiero darte toda mi alma…
                                 ¡Mucho más!


Todo, todo, me ha dejado; 
en mi pecho la amargura 
                                  descansó; 
mis ensueños me han burlado, 
tu amor sólo, por ventura, 
                                 nunca huyó.


Tal vez, madre, delirante, 
sin saber ni lo que hacía 
                                  te ofendí.
¿Por qué, madre, en ese instante, 
por qué entonces, vida mía, 
                                   no morí? 


Muchas penas te he causado, 
madre santa, con mi loca
                                   juventud: 
de rodillas a tu lado 
hoy mi labio sólo invoca 
                                 la virtud.


Yo he de ser el que sostenga 
cariñoso tu cansada 
                                   ancianidad; 
yo he de ser quien siempre venga 
a beber en tu mirada 
                                      claridad.


Si me muero —ya presiento 
que este mundo no muy tarde 
                                   dejaré—
en la lucha dame aliento 
y a mi espíritu cobarde 
                                   dale fe. 


Nada tengo yo que darte; 
hasta el pecho se me salta 
                                     de pasión.
Sólo, madre, para amarte 
ya me falta, ya me falta 
                                   corazón! 


Abril 1878






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