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"Invitación al amor", Manuel Gutiérrez Nájera

Manuel Gutiérrez Nájera

¿Por qué, señora, con severa mano
cerráis el camarín de los amores,
si hay notas de cristal en el piano
y en los jarrones de alabastro flores?

¿Por qué cerrar la habitación secreta

y atar las rojas alas del deseo
a la hora misteriosa en que Julieta
oyó crujir la escala de Romeo?

¿Habré sido tal vez en vuestra vida

rápida exhalación, perfume vago,
sombra de un ave que en veloz huída
se desvanece sin rugar el lago?

¿Nada os habló de nuestro amor perdido

ni el lirio azul ni la camelia roja,
ni la fuente de mármol esculpido
que vuestras verdes parietarias moja?

¿Nada os habló de mí? Ni los carmines

que os salen, si me veis, a la mejilla,
ni vuestra alcoba azul, ni los cojines
que dibujan, hundidos, mi rodilla ?

¿No oía la voz del viento que se estrella

de vuestra reja en los calados bronces?
Muy negra está la noche... como aquella
y desierta la calle..., como entonces.

¡Ah! Vuestro labio sin piedad mentía,

no ha muerto aún nuestra pasión, señora;
no cantan las alondras todavía,
ni se estremece en el cristal la aurora.

Vano temor, escrúpulo cobarde,

nuestras almas desune y nos aleja.
Dejad me, pues, que silencioso aguarde
y que os vele de pie junto a la reja.

Permitid que tenaz y enamorado

contemple vuestro cuerpo de sultana
y admire por sombra recatado
vuestro cutis de tersa porcelana.

Dejadme ver, inquietas y curiosas,

vuestras pupilas a través del velo,
y que me hablen de amor como a las rosas
les hablan las estrellas desde el cielo.

No, no es verdad que nuestro amor ha muerto,

por más que la borrasca nos desuna.
El niño vive aún, está despierto
y nos tiende los brazos en la cuna.

Todo cual antes en la quieta alcoba

mi vuelta aguarda y esperando queda:
desde la obscura puerta de caoba
hasta el sitial de purpurina seda.

Todo os habla de mí: la tersa fuente,

los cortinajes blancos y rojizos,
hasta el peine de nácar transparente
que detiene en la nuca vuestros rizos.

Todo secretas pláticas entabla

y cuenta nuestras citas amorosas.
Todo, señora, de mi amor os habla
con la muda elocuencia de las cosas.

Es inútil huir; la noche cierra;

tiende la sombra su callado velo;
los pájaros se juntan en la tierra
los astros se buscan en el cielo.

¿Por qué luchar cuando el amor suave

cantan los nidos y la estrella helada,
si tenéis, al andar, algo de ave
y mucho de lucero en la mirada?

El parque humedecido por las lluvias,

el agua que aromó vuestros cabellos,
las brisas frescas y las hebras rubias
que tiemblan de pasión en vuestro cuello.

Todo, perfume, claridad o nido,

os habla de mi amor y nos alienta,
hasta las cintas del corsé ceñido
que mis esquelas de pasión calienta.
Todo me aguarda aún: la muelle alfombra,
la puerta franca, el cortinaje espeso;
en un rincón del canapé, la sombra,
y en vuestros labios de carmín, el beso.

No queráis resistir; los sueños míos

conocen vuestros íntimos pesares,
y vos venís a mí como los ríos
corren a confundirse con los mares.

¿Por qué la soledad en torno vuestro?

¿Por qué dejar el comenzado viaje?
¿Por qué la pena y el color siniestro,
de vuestro negro y ondulante traje?

Todo para ayudaros se conjura:

las ondas melancólicas suspiran...
los niños duermen y los astros miran. 






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